Diario de un cabrón: ¿Olvidar?

Una noche de amigos y excesos

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Borrar los recuerdos nunca es fácil. Y menos cuando el motivo de tus pesadillas reside a menos de cien metros de tu casa. Quise empezar de cero tantas veces que ya me sé los pasos a dar de memoria. ¿Sería distinto esta vez? No creo: siempre cometo los mismos errores con la mismas situaciones. Es algo innato en mí.

Esta mañana de viernes me dediqué a ordenar la casa. La tenía hecha unos zorros. El retorno de Ana a mi vida no sólo supuso un desequilibrio inseguro de emociones, sino también la vuelta de viejos vicios que creía superados. Ayer volví a llamar a mi pandilla de siempre para organizar una fiesta «remember» de nuestros días post universitarios en los que, gracias al dinero recaudado para un supuesto viaje de fin de carrera que nunca hicimos, nos dedicamos a hacer pequeñas escapadas de fin de semana para alquilar habitaciones de hoteles o casas rurales y ponernos hasta arriba de alcohol y anfetas. Ayer nos reunimos todos después de mucho tiempo.

De aquella pandilla sólo Gina sigue siendo parte de mi vida ahora mismo. Le entusiasmó la idea y fue quien organizó a todo el grupo para venir a mi casa. La idea era cenar y beber. El resto vendría solo. Con Borja, Davi, Susana y Gina nunca hay problema de nada porque adoran los excesos y saben siempre cuál es el límite. Tras la cena, Davi se apresuró al baño para ir cortando la cocaína que, entre copa y copa, iríamos tomando. A eso de las 2:35 a.m. Davi se fue a su casa y Borja y Susana quisieron recordar viejos tiempos en la habitación de invitados.

Gina y yo nos quedamos en el sofá, abrazados y con pocas ganas de hablar. Mientras yo cambiaba con el mando a distancia la música, su mano empezó a deslizarse por mi pierna hasta llegar a un miembro que, ya de por sí, había empezado su particular fiesta minutos antes. Gina se agachó, empezó a masturbarme y, aprovechando los restos de coca que quedaban sobre la mesa, los juntó todos sobré mi piel. Mientras me tocaba, con la otra mano, se iba haciendo una raya de pequeñas dimensiones que esnifó a los pocos minutos mientras seguía trabajando la entrepierna. Pronto dejó de hacerlo para ponerse encima de mí y quitarse el resto de la (poca) ropa que ya de por sí llevaba encima.

Follamos hasta cuatro veces en una noche increíble que me sirvió para olvidar. Como siempre ha dicho Gina, «nos conocemos demasiado» como para plantearnos algo más en serio. Tras dejar el sofá y trasladarnos a mi habitación, escuchamos cómo Borja y Susana se iban de casa. Estábamos solos. Apagué la música y empezamos a hablar de lo raro que había sido el último mes. A ella la noté apagada por algo que se me escapaba, pero no quise preguntarle mucho más porque me contestó con un escueto «problemas de una amiga y sus manías». Yo no estaba para profundizar mucho más en asuntos ajenos.

Eran las 7:08 a.m. y el despertador aguardaba llegar a las 7:15 para sonar con fuerza. Gina y yo seguíamos despiertos, abrazados y con ganas de más sexo y de más coca, pero decidimos parar. Nos quedaba todo un viernes de trabajo por delante. Desconecté la alarma y le di un beso en la frente. Ella se durmió, yo me duché y me fui a un desayuno de trabajo que tenía esta mañana. Un poco más de coca para despertar y un whatsapp antes de salir de casa: «Gracias por aquellas palabras. Me hicieron volver». Era Ana, que había salido del coma. Mientras tanto, Gina dormía sonriente.

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