Seducción paso a paso
Hablemos de tacones. Y ya planteo de antemano las premisas de este artículo. Me gustan los tacones y mucho, pero no ponérmelos yo, como me dicen algunas, me gustan en vosotras, os veo sexys, matizo, os veo aún más sexy. ¿Y eso es malo? Ahora se acuñan nuevos términos para defender a las mujeres. Ya lo de machistas ha pasado a las feministas y ahora existen los posmachistas, trasnochados con poco que aportar y mucho que maldecir.
Os cuento, hace unos días un amigo me comentó que la coordinadora del Instituto de la Mujer de Huelva, Rosario Ballester, relacionaba el uso de tacones por parte de las mujeres con el maltrato. ¿Cómo?
Un invento del diablo pervertido que sólo piensa en castigar a las mujeres con el único objetivo de recrearse en su propio vicio machista. Pues algunos debemso ser puros diablos, porque yo reconozco abiertamente que soy seguidor de los zapatos de tacón, de esa aguja infinita que os otorga por arte de magia -y de algún diseñador- unos centímetros que os convierten en monumentos andantes, ¿comentario machista?
No caeré en el error de dar la vuelta a los piropos porque por ejemplo mi amiga Briggite dice que está harta de aquellos hombres que ven en el propio acto de piropear un homenaje a la mujer, y que esto ya es cosa del pasado. ¿También lo creéis así?
Reconozco que yo a mis parejas siempre les he hecho saber mi afición y atracción hacia los tacones, en vuestros piés…. Esos zapatos que os elevan a las alturas y permiten, porque es así, embellecer aún más vuestra figura. Más de una mala contestación me he llevado por mi afición a los tacones -insisto, “disfrutado” en vuestras piernas-. No hace mucho, en una fiesta a la que acudía con una amiga que “casualmente” fue a la sensación de la fiesta, y entre otras cosas -no sólo- gracias a su estilizada figura, me llevé la reprimenda mayor al descubrirse que a mi acompañante no le gustaban los tacones pero se los había puesto por mí. Me convertí en el enemigo público número uno desde ese preciso instante.
Ah! Muy bien, así que todos me criticaban por “recomendar,” digámoslo así, el uso suyo y disfrute mío de los tacones, pero al final todos alababan la belleza de la señorita. ¿Y eso no es más machista? ¿En qué quedamos? Pero si lo que me criticáis a mi es lo que alabáis vosotras, porque la mayoría de las mujeres eran las que me felicitaban por mi acompañante.
Pero los tacones ya no es que os hagan estar más guapas, sino que también tienen música, -aquí creo que peco de fetichista-. Esos pasos marcados que anuncian la llegada de las curvas, ese estilo al caminar que delimita vuestro poderío corporal.
A ver, vayamos por partes, la belleza es una palabra femenina, eso está claro. Y los tacones son añadidos para reforzar esa belleza, ese contoneo. Sólo concibo un argumento negativo sobre los tacones: la pérdida de comodidad a la hora de andar, pero el resto es todo positivo. A los hombres nos gustan los tacones, nos “ponen”. Aquello de protestar porque nos estáis cómodas…. Argggg.
Conclusiones, los tacones nos gustan a los chicos siempre y cuando vosotras os sintáis sexys con ellos puestos. Entendemos los tacones como parte de la feminidad, que la realza, no que reside en sus centímetros postizos.
Y eso que no he entrado a valorar el momento de llegar a casa, a la habitación, a la cama, y os los quitáis poco a poco, de forma sugerente, para deslizaros desde las alturas a la planicie de la cama, y allí los tacones ya han hecho su trabajo, os han traído de la mejor de las meneras a nuestro rincón favorito para estar con vosotras.
Me decía una amigo que él visualiza el morbo en una imagen de mujer desnuda de espaldas y con tacones de aguja, la única prenda posible que puede elevar una mujer, además de su perfume como diría Monroe.
Por cierto, ¿habéis probado a jugar al ping pong únicamente con una pala en la mano y dos tacones en los pies? Probadlo…vuestro chico no olvidará ese momento… Comprobado!
Ay, Gafas, no lo temas ya que yo te lo confirmo. Eres un fetichista de los tacones, pero te ha faltado concretar un poco sobre la cantidad de centímetros de esos que tanto alabas.
Me encantan, a mí también me ponen, créeme, y me siento muchísimo más sexy con ellos puestos -quizás aquí estoy inevitablemente influenciada por la publicidad-. Estoy de acuerdo en que la figura se ve más bonita, te hacen caminar de otra manera, bamboleándote, pero cualquier extremo es malo.
Ultimamente es imposible encontrar -exceptuando el calzado de señora de más edad- zapatos de un tacón moderado. Son completamente planos o de una altura imposible…o casi, y he visto a chicas jovencitas, las que todavía son capaces de sacrificar cualquier cosa por estar a la última moda, intentar caminar con unos tacones de vértigo. Digo que intentan caminar porque casi son incapaces de hacerlo y sus pasos me recuerdan a ese anuncio añejo de las muñecas de Famosa. Ahí no veo lo sexy por ningún sitio, aunque claro, los que intenten ligárselas esa noche posiblemente tengan otro concepto de esa palabra dado que la testosterona la tienen disparada por la edad.
Hay tacones muy bonitos que no llegan a ser de vértigo, pero claro, supongo que esos ya no te ponen tanto. 😉
Desde luego que soy un fetichista confeso. No hay duda de ello. Pienso y siento, para mi desgracia y equivocación según Kill Bill, que los tacones son una prolongación más del cuerpo femenino. Concretando, los tacones altos, hacia el cielo, un pedestal sin límites. Sin miedo a que me superéis en altura, para mí todo un halago, no me intimida como a muchos de mi género que las mujeres les superéis en altura.
Y por descontado querida Erika que no estoy a favor de poner en riesgo la vida de nadie ante un medio de transporte que no es capaz de dominar. Del mismo modo que no confiaría una cosechadora a un niño de 9 años.
Así que las tacones no como tortura sino como liberación.